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El presidente chino Xi Jinping está monitorizando la opresión más brutal y extendida de las últimas décadas. Se silencia a los disidentes. Se clausuran organizaciones cívicas. Ya no hay periodismo independiente. La comunicación por redes está restringida. Se está cuestionando la libertad limitada de Hong Kong. En lo que respecta a los uigures y otras minorías de musulmanes túrquicos de Xinjiang, Pekín ha erigido el sistema de vigilancia más intrusivo del mundo y ha detenido a más de un millón de personas para su adoctrinamiento forzoso.

La prioridad de Pekín ha sido evitar las críticas internacionales por estas perturbadoras acciones. Habiendo censurado ya lo que puede decir la gente en China, Pekín está tratando ahora de censurar las críticas del resto del mundo. Al hacerlo, está poniendo en peligro todo el sistema internacional que protege los derechos humanos en todo el mundo.

Ciertos dictadores y autócratas no tienen problema en ponerse de parte de China, ya que a ellos tampoco les gusta recibir críticas por sus violaciones de los derechos humanos. Otros, simplemente, están comprados, como con la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, un programa de infraestructuras e inversión valorado en un billón de dólares.

Algunos gobiernos europeos se han topado con la amenaza de Pekín de cortarles el acceso al mercado chino, que representa el 16% de la economía mundial. El Gobierno chino está utilizando esa amenaza como parte de su estrategia de divide y vencerás, que ha provocado a los miembros de la Unión Europea serias dificultades para alcanzar un consenso firme sobre China.

Pekín ha convertido a la Organización de Naciones Unidas en un objetivo primordial. En el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, China se opone prácticamente a cualquier iniciativa sobre derechos humanos que critique firmemente a un país en concreto. En la sede de Naciones Unidas en Nueva York, el Gobierno chino está decidido a evitar que se hable de sus prácticas en Xinjiang. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, se ha negado a exigir públicamente a China que ponga fin a las detenciones en masa de los musulmanes túrquicos. 

En el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, China se alía con Rusia para bloquear intervenciones ante las terribles situaciones que viven en lugares como Siria, Myanmar y Venezuela. Pekín preferiría abandonar a las víctimas a su suerte antes que generar un precedente de defensa de los derechos humanos que pueda volverse contra su propio régimen represivo.

Los gobiernos europeos han empezado a reconocer la amenaza de China contra el sistema global de derechos humanos. La Unión Europea ha pronunciado enérgicas declaraciones sobre Xinjiang en el Consejo de Derechos Humanos, incluida una que se convirtió en la base de la declaración conjunta más importante que ha afrontado China en su historia. El Parlamento Europeo también ha alzado la voz y en diciembre concedió al académico uigur Ilham Tohti, encarcelado por luchar por los derechos de esta minoría, el prestigioso premio Sájarov. 

Pero la UE y sus Estados miembros pueden hacer más. Para empezar, los líderes europeos que se reúnan con los altos funcionarios chinos deberían reconocer que su confianza en la diplomacia silenciosa no está funcionando para luchar de forma efectiva por los derechos humanos. Si el pueblo chino —principal motor de cambio— no puede oír a los líderes europeos, sus intervenciones sirven de poco.

De igual modo, los gobiernos de la UE deberían tratar el diálogo periódico entre la UE y China sobre los derechos humanos como una oportunidad para abordar el estado de los derechos, no como una excusa para no tener que mencionar públicamente las violaciones de estos en las cumbres de mayor importancia. Esa es una lección especialmente importante de la que hay que tomar nota ahora que Alemania se prepara para acoger una cumbre vital entre la UE y China en Leipzig durante la segunda mitad de 2020, mientras ostenta la Presidencia del Consejo de la UE.

Los gobiernos europeos deberían evitar su doble rasero con China. Si pretenden pedir responsabilidades a los funcionarios de Myanmar por su trato abusivo de los musulmanes rohinyás, ¿por qué no hacen lo mismo con los oficiales chinos por su trato hacia musulmanes uigures? Si vigilan de cerca a Arabia Saudí y Rusia por sus esfuerzos para comprar su legitimidad y tener vía libre para seguir violando los derechos humanos, ¿por qué no lo hacen con China? Si potencian debates sobre violaciones de derechos humanos por parte de Israel, Myanmar, o Venezuela, ¿por qué no lo hacen con China? Mucha gente se manifestó en contra de la Administración Trump por separar a los niños de sus padres en la frontera con México, pero, ¿por qué no lo han hecho contra Pekín por separar a los hijos de sus padres en Xinjiang?

Finalmente, los gobiernos europeos no deberían someterse a la estrategia china de divide y vencerás. Cuando los países tratan con China de forma individual, suelen optar por hacerlo en silencio, pero si unieran fuerzas, cambiarían el equilibrio de fuerzas.

Idealmente, todos los Estados miembros de la UE deberían actuar en bloque, ya que si hay un solo disidente, una declaración poderosa puede transformarse en agua de borrajas. En casos así, es mejor reunir a todos los gobiernos europeos posibles que estén dispuestos a oponerse a las violaciones de los derechos humanos en Pekín, y eso incluye al Gobierno británico después del Brexit. Sí, el Gobierno chino amenazará con represalias económicas, pero su economía no puede asumir toda esa oposición al mismo tiempo.

Además, Europa tiene suficiente poder económico como para sobreponerse al revés, por ejemplo, obligando a todas sus empresas a garantizar que sus cadenas de suministro están libres de la explotación a gran escala que está teniendo lugar en Xinjiang.

La conclusión es que todos los gobiernos europeos deberían reconocer la necesidad de hacer frente a los ataques del Gobierno chino al sistema internacional de derechos humanos. Décadas de progreso están en juego. Nuestro futuro, también. 

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