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Aisha (nombre ficticio), una mujer con discapacidad adquirida, sentada en el Centro de Vida Independiente de Bishkek (Kirguistán). © 2022 Cabar.Asia

"Crecí huérfana. Mis padres murieron cuando yo era pequeña. Siendo un adolescente, mi hermano mayor marchó de casa y me dejó con nuestros abuelos [maternos]. Mis parientes me maltrataban todo el tiempo. Quizá hasta a los perros los trataban mejor que a mí...".

Así comienza el testimonio de Jazgul, una mujer de 27 años con discapacidad intelectual y movilidad limitada de un pueblo del sur de Kirguistán.

En ocasiones incluyo más testimonios de supervivientes en este boletín, pero en este caso, tengo mis dudas. La historia que relata de repetidas violaciones, palizas y otros abusos a manos de los miembros de su familia es realmente espantosa. Pondré aquí el enlace y dejaré que el lector decida si desea hacer clic.

Tras años de violencia, Jazgul escapó por fin de este infierno, cuando su hermano vino a visitarla y descubrió cómo la maltrataban sus familiares. Finalmente pudo llegar al único centro de acogida del país para mujeres y niñas con discapacidad.

El personal comprendió que los malos tratos sufridos por Jazgul iban más allá de la violencia física y sexual. No había recibido ninguna educación formal. La habían mantenido en casa y excluida socialmente. No entendía nada de higiene personal ni menstrual, no podía hablar con frases largas, no sabía escribir ni hacer cuentas y se resistía a los intentos de ayudarla.

Jazgul tardó cerca de un año en empezar a sentirse lo bastante segura como para abrirse y socializar. Ha empezado a salir del horror, pero muchas mujeres con discapacidad del país siguen atrapadas en él.

La violencia doméstica contra las mujeres y niñas con discapacidad en Kirguistán es grave y está muy extendida. Violaciones, palizas, abandono y humillaciones no son experiencias exclusivas de Jazgul, como documenta un nuevo informe.

El gobierno ha hecho de la lucha contra la violencia doméstica una prioridad, e incluso ha logrado algunos avances en los últimos años. Por ejemplo, algunos agentes de policía han recibido formación sobre cómo comunicarse con personas con diversos tipos de discapacidad a la hora de responder a las denuncias de violencia doméstica.

Sin embargo, las autoridades policiales y judiciales aún se muestran reticentes a tomarse en serio los casos, y la legislación kirguisa no tiene en cuenta las necesidades particulares de las mujeres y niñas con discapacidad, lo que las expone a sufrir violencia de forma continuada.

Kirguistán puede y debe mejorar.

A pesar del trauma extremo que sufrió -por no hablar de su discapacidad para hablar-, Jazgul insistió en contar su historia. Lo menos que pueden hacer las autoridades es escucharla y asegurarse de que estos horrores terminan en todo Kirguistán.

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